25 oct 2007

Los espectadores fatalistas

LA APATÍA DEL ARGENTINO POR LA POLÍTICA

Los espectadores fatalistas

La crisis de representación alimentó el descontento social.

La actual crisis de representación política provoca la indiferencia de los ciudadanos frente a las decisiones de los gobernantes y hace emerger una actitud fatalista sobre la imposibilidad de cambiar los escenarios y actores políticos generando un clima de desconfianza.

Ignacio Martín Baró, en su obra “El latino indolente”, expuso que la actitud fatalista tiene como resultado una población quieta, resignada a los avatares de la vida social y apática a generar activamente cambios en su vida. También argumentó que estas conductas conformistas sostenidas por un sentimiento de impotencia para modificar la realidad son fomentadas por el sistema político–económico capitalista que introduce este modo de pensamiento porque ayuda a mantener el status quo.

En diciembre de 1999, el gobierno de la Alianza experimentó una dificultad creciente de representación política. Tuvo, desde el principio, una gran incapacidad para remontar los conflictos económicos, pero era depositaria de la esperanza de renovación política de los argentinos, que se derrumbó con la “crisis del Senado”.

La opinión pública estaba convencida de que esa corrupción había existido y el gobierno bloqueado la investigación. De este modo, “se produjo una fisura irrecuperable, se comenzó a no esperar nada de los políticos de turno”, analizó el sociólogo y actual director del doctorado en Ciencia Política de la Universidad de Belgrano, Isidoro Cheresky.

La política partidaria se vió como “algo sucio”, donde el que entraba debía “tranzar” y la mayoría de sus actores estuvieron sospechados de corrupción, según el psicólogo Juan Flores que escribió un libro sobre la participación política.

La movilización ciudadana de diciembre de 2001 fue a espaldas e incluso hostil hacia las instituciones públicas, los partidos políticos y los sindicatos. “Vivimos en una sociedad que estuvo cerca del estado de naturaleza, que se caracterizó por una guerra de todos contra todos”, observó Cheresky.

Por un lado, los ciudadanos no se sienten representados por una clase dirigente que sólo responde a sus reclamos en los discursos de campaña. Por otro, los políticos tienen dificultades para establecer relaciones con la gente a través de discursos inverosímiles que contemplen las problemáticas actuales.

Según la “Teoría de la Crisis”, de Jürgen Habermas, el desplazamiento hacia lo político es la lógica consecuencia de la imposibilidad de solucionar la crisis económica. Se acrecienta la brecha social que indefectiblemente desencadena, en diversos grados, múltiples explosiones de descontento y reiteradas amenazas contra el sistema político.

La asimetría entre políticas económicas y resultados sociales es tan violenta que genera marginación, concentración del ingreso y movilización social.

Se fomentó esa creencia fatalista de que no es posible revertir el escenario político en un país donde, como dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano, “las clases medias van transitando inexorablemente hacia la pobreza y los pobres se convierten en indigentes”.

Texto: Natalia Vázquez