13 sept 2013
2 sept 2013
LA VIDA CON HERMANOS: Los Celos, la Fraternidad
“Es como un hermano” se suele
decir cuando se hace referencia a un amigo muy querido ¿Cómo es ese vínculo tan
especial? Como se mezclan los sentimientos de fraternidad, rivalidad, celos y
lealtad entre los hermanos.
Al nacer un hermano comienza el largo
aprendizaje de compartir la vida con un par, con otro semejante pero al mismo
tiempo diferente. Alguien con quien se comparte la misma generación, con sus
usos y costumbres. Comienza una relación
de fraternidad: “Sufro mucho cuando
ella sufre y, a veces, quisiera estar en su piel para que ella no tenga que
pasar por momentos feos”. De rivalidad: “Mica y Joaco prácticamente
se criaron juntos, se llevan solo dos años, el tema fue cuando nació el
tercero”. Y de lealtad: “Desde que
sola tuve que hacerme cargo del cuidado de nuestra mamá, con mi hermano no nos
hablamos más”.
Según Matías Muñoz psicólogo clínico y profesor
en la Universidad
Católica Argentina (UCA), el vínculo entre dos o más hermanos
se verá influenciado por los aconteceres de la vida familiar y por las
actitudes que los padres tengan con sus hijos.
En este sentido, explica Muñoz al ser
consultado por Convivimos, los padres con sus palabras y decisiones pueden
“favorecer” u “obstaculizar” la relación entre los hermanos. Esa unión
fraternal implica una fuerte mezcla de sentimientos, una tensión que dinamiza
ese vínculo e incluye, por un lado, fuertes sentimientos de “lealtad fraterna”
y, por otro, cierta cuota de “rivalidad” y de “competencia”. “Una relación sana
supone la connivencia de ambas emociones”, enfatiza el psicólogo.
Según el licenciado Muñoz entre los hermanos
existe una fraternidad que acerca, une y genera compañerismo, sin ser
simbiótica y, además, una competencia, no violenta, que surge como una
necesaria búsqueda de mantener las diferencias individuales.
La
fraternidad
“Hay momentos de complicidad en los cuales
necesito inevitablemente poder contar con mi hermana” –cuenta Julieta Fernández
de 34 años- “Cuando me enteré que estaba embarazada de mi tercer bebé a la
primera persona que se lo confié fue a mi hermana Nora”. Esa es una de las
experiencias que me aferran y me unen a ella porque me demuestra que siempre
está dispuesta a escucharme y apoyarme”.
Julieta es abogada pero decidió no ejercer su
profesión por ahora para dedicarse tiempo completo, en su casa, a criar a sus 3 hijos Micaela (9) Joaquín (7)
y Bautista (1) y si bien siempre fue “la hermanita” por ser la menor cuenta que
muchas veces se siente como una madre con respecto a su hermana mayor, porque
sufre mucho cuando ella pasa por momentos feos y manifiesta que “quisiera estar
en su piel” para cargar, en ciertas ocasiones, generalmente amorosas, con las
angustias de su hermana.
Con respecto a esta necesidad
de protección que existe entre los hermanos el psicólogo Muñoz explica que se
relaciona con un sentimiento de “lealtad” producto de una historia en común, un
espacio compartido y un afecto especial que se va profundizando con el devenir
de la historia familiar. Entonces, entre los hermanos se percibe un fuerte
nivel de compromiso, de protección y cuidado ante momentos de adversidad.
Nora Fernández, la hermana de Julieta tiene 37
años es diseñadora gráfica y trabaja en una empresa de la industria energética.
Ella es soltera pero hace poco que vive en pareja y confiesa que su hermana es
un ejemplo de maternidad, de profesionalismo y de lealtad. “No conozco ser, más
leal hacia mí, que mi hermana. Siempre está a mi lado y me dice de frente y sin
vueltas lo que ciertas personas dicen a mis espaldas”, cuenta Nora.
Y si bien ella aprecia mucho los consejos y el
pensamiento de Julieta sobre sus asuntos personales, Nora confiesa que en
ocasiones estas opiniones provocan discusiones y peleas entre ellas y que, como
consecuencia, pasan varios días sin hablarse pero que finalmente se vuelven a
“amigar” o “hermanar” porque la relación entre ellas es “intocable” según Nora:
“Nada, ni nadie, las va a separar”.
El
sentimiento de unidad
El licenciado Muñoz explica que a partir de la
infancia y, en la adolescencia, se entretejen experiencias compartidas que van
construyendo este vínculo profundo, intenso y complejo. En la infancia los
juegos en común fraternizan y, yendo más particularmente a la adolescencia,
cuando comienzan los cuestionamientos y enfrentamientos fuertes con los padres,
el vínculo fraterno está resguardado de esa rebeldía, porque no se vivencia a
los hermanos como figuras de autoridad.
Entonces, de adolescentes existe una mayor
cercanía y cuando la diferencia de edad es poca se comparte el mismo grupo de
amigos y surgen conversaciones a puertas cerradas que demuestran esa intimidad
fraterna. Por el contrario, cuando es amplia la diferencia de edad, un hermano
adolescente descubre la posibilidad de cuidar a sus hermanos menores manifestando
aspectos protectores que desconocía tener.
En este sentido, Muñoz detalla que cada hijo
irá eligiendo con cuáles de sus hermanos conversar y con cuáles mantener
acuerdos tácitos de convivencia. La adolescencia y previamente la infancia son
las etapas en las que los padres pueden “mostrar y enseñar la riqueza de la
conversación como herramienta” para lograr acercamientos y para resolver
conflictos.
Como en toda relación, el diálogo profundiza el
vínculo; cuando se construye el camino a través de la palabra se expanden las
posibilidades relacionales y los hermanos se van descubriendo mutuamente en su
singularidad, según el psicólogo.
La
rivalidad y los celos
Tanto en la infancia como en la adolescencia
surge entre los hermanos la rivalidad. Las innumerables peleas cotidianas que
muchas veces preocupan a los padres y quienes suelen preguntarse si es bueno
intervenir o si es preferible dejar que se “arreglen solos”.
En una pelea cada hermano defenderá su postura
para fortalecerse y para diferenciarse del otro. Las situaciones de rivalidad
son oportunidades que se pueden aprovechar como experiencias de aprendizaje.
Entonces, el licenciado Muñoz aconseja demostrar el valor del diálogo para
expresar la postura personal y como vía para llegar a ciertos acuerdos.
En este sentido, la licenciada Marisa
Russomando Psicóloga especialista en Maternidad y Crianza consultada por Convivimos
explica que la calidad de la relación que los padres establecen en particular
con cada hijo influye en la modalidad de interacción que mantienen los hermanos
entre sí También, la profesional describe que ciertas incidencias de los padres
generan celos, rivalidad y hasta hostilidad ante el uso de “favoritismo” hacia
alguno de los hijos.
Por ello, Russomando indica que es importante
“favorecer vínculos sanos y amorosos”. Los celos son inherentes a las emociones
normales del ser humano mientras guarden una medida acorde a lo saludable.
Según la psicóloga como existe la fantasía de ser único surgen las peleas y las
agresiones debido a la disputa por el amor de sus padres, por el lugar central
de su atención.
Esa necesidad de atención la manifestó Joaquín
cuando empezó a pasarse todas las noches a la cama de sus papás durante el
embarazo de Julieta y “aún hoy lo sigue haciendo”, confiesa su mamá y recuerda
también que Micaela, su hija mayor,
estuvo con muchos vómitos el día del nacimiento de Bautista y sin querer
alejarse de ella cuando estaba internada en la clínica.
La
fragilidad del vínculo
Ese vínculo fuerte entre hermanos puede también
romperse frente a ciertas responsabilidades o sucesos familiares. Por ejemplo
Graciela Blanco de 63 años manifiesta que la indiferencia de su hermano mayor
Carlos, con respecto a la salud de su mamá, terminó con la relación entre
ellos.
“Cuando decidí traer a mi mamá a vivir conmigo,
porque mi hermano vendió el departamento donde ella vivía, nos dejamos de
tratar –recuerda Graciela- y, desde entonces, él nunca asumió como su
responsabilidad asistir a nuestra madre, tanto afectiva como económicamente.
Hoy, a sus casi 96 años, ni él ni sus hijas la visitan”, juzga Graciela.
En este caso particular o en otros casos como
en los conflictos entre hermanos, que surgen luego del fallecimiento de los
padres, frente a las herencias, el licenciado Muñoz explica que el valor de la
lealtad juega un papel muy importante, es un sentimiento muy fuerte de unión
entre los miembros de un grupo por adherencia a los valores familiares que los
padres les han transmitido.
“Ese sentimiento es muy poderoso –amplía Muñoz-
y hay situaciones como la de Graciela en la que uno de los hijos siente que
otro hermano esta siendo desleal a los mandatos de la familia y eso genera
rupturas. Como además de fraterno ese vínculo es de rivalidad y de lucha por el
amor de los padres, el más leal a los valores parentales sentirá que tiene más
aceptación o es más querido por ellos, aunque los hijos sean adultos mayores”.
Como ocurre en conflictos de herencias, luego
del fallecimiento de los progenitores, uno de los hijos será el portavoz de los
deseos de los padres antes de morir y los defenderá a ultranza frente a los
hermanos que querrán otra cosa. “Entonces esa ambivalencia de fraternidad y
competencia se mantiene toda la vida”, explica Muñoz.
Es
necesario recordar que, si bien los hermanos vienen del mismo vientre, los
padres deben valorar y reconocer sus diferencias, comprender a sus hijos como
personas individuales para que ellos se sientan valorados como seres únicos e
irrepetibles; personas con identidad propia que no necesitan copiar al otro
para ser aceptados.
¿QUÉ HACER PARA
FAVORECER LAS RELACIONES FRATERNAS ENTRE HERMANOS?
• Fomentar los momentos de juego en común y experiencias de
solidaridad mutua, en la infancia y que aprendan a pedirse ayuda en situaciones
de la vida diaria.
• Favorecer la expresión de las emociones entre los hermanos.
• Educar en la empatía y ayudarlos a que puedan ponerse en el
lugar del otro para intentar comprender sus emociones, estados de ánimo y
formas de pensar.
• Intervenir en algunas peleas para ayudarlos a dialogar.
Mostrarles la riqueza de la conversación, como forma de llegar a acuerdos respetando
las diferencias.
• Evitar responsabilizar siempre al mismo hijo como causante de
los conflictos.
• Reconocer explícitamente las distintas fortalezas de todos los
hermanos y evitar las comparaciones.
• Relatar experiencias personales con los propios hermanos en
los que se transmita la fraternidad como un valor y como una red de sostén.
• Conversar con el hijo mayor, en caso que intuyamos haberlo
involucrado en las tareas de educación de sus hermanos menores para constatar
si fue esto un peso para él.
Lic. Matías Muñoz Psicólogo clínico Profesor universitario (UCA)
¿Cómo equilibrar los celos de los hijos?
·
Brindar
la seguridad del amor para cada niño.
·
Ofrecer
momentos de atención exclusiva para cada niño.
·
Evitar
comparaciones.
·
Destacar
lo bueno de cada uno.
·
Festejar
los logros de cada uno.
La
llegada de un nuevo hermanito
·
Transmitir
la noticia como una buena nueva.
·
Contar
lo que vendrá en lo inmediato.
·
Relatar
cómo fue su propia llegada: cómo lo esperaron, cómo fue su nacimiento y
compartir fotos que recuerden cada uno de esos momentos.
·
Recalcar
que nada del amor de sus padres cambiará hacia él.
Nota publicada originalmente en Revista Convivimos - Por Natalia Yanina Vázquez
El respeto y la autoridad de los padres
Por Natalia Yanina Vázquez
Cómo consensuar la convivencia entre padres e hijos. La
crianza y la educación que se brinda y se aprende con los niños. Los límites y
la autoridad que contempla el rol de padres. El respeto no implica obediencia
ni temor. La importancia del diálogo.
¿Qué pasa con la autoridad en casa?
¿Por qué los padres sienten culpa cuando retan a sus hijos? ¿Por qué es
importante acordar y aplicar límites? Los chicos de hoy desobedecen a sus
padres, lloran, hacen berrinches y caprichos. Cada vez es más difícil
contenerlos ¿Cómo lograr que los hijos “hagan caso” y demuestren actitudes
positivas, colaborativas y saludables para hacer más fácil la convivencia?
Franco
de 12 años y Nicolás de 8, van de lunes a viernes a doble escolaridad porque su
papá, Javier Massimino, y su esposa trabajan ambos todo el día fuera de sucasa.
Ni bien llegan del colegio,los chicos meriendan, hacen la tarea con ayuda, si
la necesitan. Luego juegan, se bañan, se reúnen a comer todos juntos y después,
con gran insistencia, les ordenan acostarse temprano. Javier considera que sus
hijos son “bastante dóciles”, aunque confiesa que, en la convivencia, no les
resulta fácil exigirles que sean ordenados “por ser varones”.
Los chicos no son los de antes
La
sociedad cambia continuamente y las familias no son una excepción debido, en
parte, al deslumbrante avance tecnológico, la expansión de los medios de
comunicación y la sobre exposición de información que tienen los hijos y,
también los padres.En este sentido el licenciado Alexander Covalschi, Director
de la Asociación Psicología Abierta (www.psicologiaabierta.com)
reflexiona que los padres y los niños de antes tenían cierto pensamiento
transmitido mayormente por la cultura y la tradición familiar, además no corría
demasiada información para contrastar o cuestionar los saberes cotidianos.
Entonces,
dada esta multiplicidad de recursos de información,“es importante que los
padres se permitan un espacio de reflexión acerca de quécrianza prefieren
adoptar para su familia y, desde ese lugar, actuar efectivamente”, explica
Covalschi y entiende que si no existe tal acuerdo, los retos, los castigos y
las directivas a los niños suelen surgir de manera impulsiva y desde una
emoción negativa como la bronca, la impotencia o el desgano.
Javier,
el papá de Franco y Nicolás, recuerda que sus padres eran bastante estrictos
con él y con sus hermanos. Con el paso del tiempo se moderó la relación y
confiesa que logró, de adulto, acercarse a ellos sin reproches y “hacerse amigo
especialmente de su papá”. En su casa considera que él es quien “pone los
límites” porque su esposa es más “condescendiente” y “sobreprotectora”.
Los límites educan
Si
bien en la actualidad se hace hincapié en respetar y escuchar las ideas de los
niños, todos los especialistas en psicología y educación coinciden en que esa
participación y cooperación no debe confundirse con la necesidad de aplicar
límites. Esos retos o regaños darán
resultados positivos en la crianza de los hijos mientras no se apliquen de modo
“autocrático” es decir que los niños
solo aprendan a obedecer -o a rebelarse- y no haya lugar para sus deseos y
reclamos.
Según
Covalschi, la aplicación de límites es la manera en que los hijos interiorizan ciertas
reglas que después se reflejarán en una vida responsable y adaptada a la
sociedad, pero esos límites deben ser claros y empezar en el hogar. Si estos
retos o advertencias generan culpa o malestar en los padres cabe preguntarse
desde qué lugar están surgiendo, si provienen de cierta reflexión y contemplan
la intención de corregir alguna actitud que afecta al niño o, por el contrario,
no están amparados en ninguna clase de fundamento.
“Los
límites claros, reproches y regaños racionales forman parte de la educación de los
padres hacia los hijos. Puede mencionarse el cariño, la empatía y los espacios
compartidos entre padres y sus chicos como un ámbito de contención que mejora
la condición emocional de los niños y ayuda a su maduración progresiva y natural”,
reflexiona Covalschi y admite que la falta de tiempo y la necesidad de trabajar
lo máximo posible para suplir las condiciones materiales de la vida cotidiana
hacen difícil sostener espacios de encuentros y de conexión entre padres e
hijos. Sin embargo, es necesario resaltar que la búsqueda y la defensa de estos
ámbitos enriquecen notablemente la relación y la salud mental de los niños.
Sustituir
la televisión durante la cena o el almuerzo por una charla familiar, un paseo
por la plaza, una salida al aire libre donde realizar actividades recreativas,
culturales o algún deporte; o programar un fin de semana en un lugar donde
compartir y vivir en familia, son ejemplos de pequeños hábitos saludables que
enriquecen plenamente la relación entre padres e hijos y generan niños más
sanos y libres.
En
la adolescencia a veces la oportunidad es única; es importante realizar una autocrítica
de cuántas veces se posterga una charla o no se le da el lugar que merece por
“falta de tiempo”. Hay preguntas y situaciones que los hijos plantearan y que lo harán por única vez.
El respeto a los padres
La
licenciada en psicología María
Casariego de Gainza miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA)
autora de “Adopción: La caída del prejuicio” entre otras publicaciones (licmariacasariego.blogspot.com)
resalta que la autoridad no se obtiene por ser
solamente los padres e imponerse desde la agresión porque la verdadera
autoridad es consecuencia de un vínculo respetuoso.
“El
respeto es una consecuencia de la coherencia, de la dedicación y del amor; esa
es la mejor autoridad que podemos tener, la que surge de esa conjunción. Cuando
un padre grita o tiene que poner castigos para que sean eficaces sus
indicaciones es señal que algo falla. El refuerzo desde la violencia como modo de obtener autoridad es
señal de fracaso en nuestra función, habla de nuestra propia impotencia”,
indica la licenciada Casariego.
Por
lo tanto la profesional aconseja que es fundamental descartar el autoritarismo
como modo de educación, porque el miedo no es un buen camino e inevitablemente llevará
a la rebeldía desde distintas conductas del niño, que se acentuarán y agravarán
cuando llegue a la adolescencia. “Criemos y eduquemos desde el amor no desde el
terror. El miedo genera resentimiento y distancia emocional”, destaca la
psicóloga.
Abrir el diálogo
Javier cuenta que muchas veces lo invade
la culpa luego de retar a sus hijos: “No puedo estar mucho tiempo enojado con
ellos. Entonces, voy a su habitación, entablo una conversación y arreglamos los
tantos. Así, les pido que ese mal comportamiento no lo vuelvan a hacer, nos
abrazamos, nos pedimos disculpas y listo”.
Según la licenciada Casariego es necesario conversar
con los hijos, acercarse, averiguar cómo
está su vida, sus relaciones sociales y sobre todo acompañarlos emocionalmente.
Los hijos deben sentir que el mejor refugio son los padres, es la única manera
que recurrana sus papás para consultarles sobre aquellos temas que son
fundamentales que los hablen con los adultos (por ejemplo
su sexualidad)
“Busquemos
espacios de conversación y escuchar desde sus estilos, no impongamos los temas
y ejerzamos una labor de tolerancia
frente a lo que no estamos de acuerdo. Las épocas han cambiado y se hace
imprescindible abrir nuestras cabezas. Desde la crítica o la censura de ciertos
temas lo único que lograremos es un ‘final de dialogo´ y que otras figuras
reemplacen nuestro lugar”, advierte la psicóloga Casariego.
Asumamos que es posible
mantener una autoridad sana, responsable y ofrezcámosles a nuestros hijos una
dulce maternidad y paternidad fundada en previas reflexiones sin dejar de
respetar, a su vez, la individualidad humana de nuestros hijos.
ASUMIR EL ROL DE PADRES
Javier explica que él y su esposa remarcan
a sus hijos que ellos son sus padres y no sus amigos pero observa que muchos
chicos llaman a sus padres por el nombre en vez de decirles papá o mamá:
“Nosotros eso no lo permitimos. Para mi hijo soy papi, pa o papá”, determina
Javier.
En
este sentido la licenciada Casariego advierte que actualmente los padres tienen
dificultad en identificarse en su rol adulto y función paterna. La “revalorización
de la juventud” genera “confusiones” generacionales.
Entonces, la asimetría es imprescindible. Para un adolescente es muy confuso que
sus padres no tengan clara su función y su edad.
“Hay
una ‘adolentización´ de la vida que borra diferencias en la relación padres-
hijos, esto no ayuda a la ubicación del adolescente en el mundo. Este
borramiento de la diferencia etaria impide los límites”, advierte la psicóloga.
Javier cuenta que su hijo menor solía llorar cuando
recibía un “no” como respuesta. El psicólogo Covalschi explica que tanto
una rabieta como una lastimadura en un niño, se curan con amor. Una madre o un
padre, que contiene a su hijo en un momento de dolor, o en un arranque de
enojo, evitará escenas de tragedia o de incontinencia emocional. “En general,
el berrinche de un niño es un profundo llamado de atención, una necesidad de
ser tenido en cuenta. ‘Toda demanda es demanda de amor´. En estas situaciones,
los niños suelen ‘enseñar´ también a los padres a asumir el rol de cuidadores”,
enfatiza el licenciado.
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