13 sept 2013
2 sept 2013
LA VIDA CON HERMANOS: Los Celos, la Fraternidad
“Es como un hermano” se suele
decir cuando se hace referencia a un amigo muy querido ¿Cómo es ese vínculo tan
especial? Como se mezclan los sentimientos de fraternidad, rivalidad, celos y
lealtad entre los hermanos.
Al nacer un hermano comienza el largo
aprendizaje de compartir la vida con un par, con otro semejante pero al mismo
tiempo diferente. Alguien con quien se comparte la misma generación, con sus
usos y costumbres. Comienza una relación
de fraternidad: “Sufro mucho cuando
ella sufre y, a veces, quisiera estar en su piel para que ella no tenga que
pasar por momentos feos”. De rivalidad: “Mica y Joaco prácticamente
se criaron juntos, se llevan solo dos años, el tema fue cuando nació el
tercero”. Y de lealtad: “Desde que
sola tuve que hacerme cargo del cuidado de nuestra mamá, con mi hermano no nos
hablamos más”.
Según Matías Muñoz psicólogo clínico y profesor
en la Universidad
Católica Argentina (UCA), el vínculo entre dos o más hermanos
se verá influenciado por los aconteceres de la vida familiar y por las
actitudes que los padres tengan con sus hijos.
En este sentido, explica Muñoz al ser
consultado por Convivimos, los padres con sus palabras y decisiones pueden
“favorecer” u “obstaculizar” la relación entre los hermanos. Esa unión
fraternal implica una fuerte mezcla de sentimientos, una tensión que dinamiza
ese vínculo e incluye, por un lado, fuertes sentimientos de “lealtad fraterna”
y, por otro, cierta cuota de “rivalidad” y de “competencia”. “Una relación sana
supone la connivencia de ambas emociones”, enfatiza el psicólogo.
Según el licenciado Muñoz entre los hermanos
existe una fraternidad que acerca, une y genera compañerismo, sin ser
simbiótica y, además, una competencia, no violenta, que surge como una
necesaria búsqueda de mantener las diferencias individuales.
La
fraternidad
“Hay momentos de complicidad en los cuales
necesito inevitablemente poder contar con mi hermana” –cuenta Julieta Fernández
de 34 años- “Cuando me enteré que estaba embarazada de mi tercer bebé a la
primera persona que se lo confié fue a mi hermana Nora”. Esa es una de las
experiencias que me aferran y me unen a ella porque me demuestra que siempre
está dispuesta a escucharme y apoyarme”.
Julieta es abogada pero decidió no ejercer su
profesión por ahora para dedicarse tiempo completo, en su casa, a criar a sus 3 hijos Micaela (9) Joaquín (7)
y Bautista (1) y si bien siempre fue “la hermanita” por ser la menor cuenta que
muchas veces se siente como una madre con respecto a su hermana mayor, porque
sufre mucho cuando ella pasa por momentos feos y manifiesta que “quisiera estar
en su piel” para cargar, en ciertas ocasiones, generalmente amorosas, con las
angustias de su hermana.
Con respecto a esta necesidad
de protección que existe entre los hermanos el psicólogo Muñoz explica que se
relaciona con un sentimiento de “lealtad” producto de una historia en común, un
espacio compartido y un afecto especial que se va profundizando con el devenir
de la historia familiar. Entonces, entre los hermanos se percibe un fuerte
nivel de compromiso, de protección y cuidado ante momentos de adversidad.
Nora Fernández, la hermana de Julieta tiene 37
años es diseñadora gráfica y trabaja en una empresa de la industria energética.
Ella es soltera pero hace poco que vive en pareja y confiesa que su hermana es
un ejemplo de maternidad, de profesionalismo y de lealtad. “No conozco ser, más
leal hacia mí, que mi hermana. Siempre está a mi lado y me dice de frente y sin
vueltas lo que ciertas personas dicen a mis espaldas”, cuenta Nora.
Y si bien ella aprecia mucho los consejos y el
pensamiento de Julieta sobre sus asuntos personales, Nora confiesa que en
ocasiones estas opiniones provocan discusiones y peleas entre ellas y que, como
consecuencia, pasan varios días sin hablarse pero que finalmente se vuelven a
“amigar” o “hermanar” porque la relación entre ellas es “intocable” según Nora:
“Nada, ni nadie, las va a separar”.
El
sentimiento de unidad
El licenciado Muñoz explica que a partir de la
infancia y, en la adolescencia, se entretejen experiencias compartidas que van
construyendo este vínculo profundo, intenso y complejo. En la infancia los
juegos en común fraternizan y, yendo más particularmente a la adolescencia,
cuando comienzan los cuestionamientos y enfrentamientos fuertes con los padres,
el vínculo fraterno está resguardado de esa rebeldía, porque no se vivencia a
los hermanos como figuras de autoridad.
Entonces, de adolescentes existe una mayor
cercanía y cuando la diferencia de edad es poca se comparte el mismo grupo de
amigos y surgen conversaciones a puertas cerradas que demuestran esa intimidad
fraterna. Por el contrario, cuando es amplia la diferencia de edad, un hermano
adolescente descubre la posibilidad de cuidar a sus hermanos menores manifestando
aspectos protectores que desconocía tener.
En este sentido, Muñoz detalla que cada hijo
irá eligiendo con cuáles de sus hermanos conversar y con cuáles mantener
acuerdos tácitos de convivencia. La adolescencia y previamente la infancia son
las etapas en las que los padres pueden “mostrar y enseñar la riqueza de la
conversación como herramienta” para lograr acercamientos y para resolver
conflictos.
Como en toda relación, el diálogo profundiza el
vínculo; cuando se construye el camino a través de la palabra se expanden las
posibilidades relacionales y los hermanos se van descubriendo mutuamente en su
singularidad, según el psicólogo.
La
rivalidad y los celos
Tanto en la infancia como en la adolescencia
surge entre los hermanos la rivalidad. Las innumerables peleas cotidianas que
muchas veces preocupan a los padres y quienes suelen preguntarse si es bueno
intervenir o si es preferible dejar que se “arreglen solos”.
En una pelea cada hermano defenderá su postura
para fortalecerse y para diferenciarse del otro. Las situaciones de rivalidad
son oportunidades que se pueden aprovechar como experiencias de aprendizaje.
Entonces, el licenciado Muñoz aconseja demostrar el valor del diálogo para
expresar la postura personal y como vía para llegar a ciertos acuerdos.
En este sentido, la licenciada Marisa
Russomando Psicóloga especialista en Maternidad y Crianza consultada por Convivimos
explica que la calidad de la relación que los padres establecen en particular
con cada hijo influye en la modalidad de interacción que mantienen los hermanos
entre sí También, la profesional describe que ciertas incidencias de los padres
generan celos, rivalidad y hasta hostilidad ante el uso de “favoritismo” hacia
alguno de los hijos.
Por ello, Russomando indica que es importante
“favorecer vínculos sanos y amorosos”. Los celos son inherentes a las emociones
normales del ser humano mientras guarden una medida acorde a lo saludable.
Según la psicóloga como existe la fantasía de ser único surgen las peleas y las
agresiones debido a la disputa por el amor de sus padres, por el lugar central
de su atención.
Esa necesidad de atención la manifestó Joaquín
cuando empezó a pasarse todas las noches a la cama de sus papás durante el
embarazo de Julieta y “aún hoy lo sigue haciendo”, confiesa su mamá y recuerda
también que Micaela, su hija mayor,
estuvo con muchos vómitos el día del nacimiento de Bautista y sin querer
alejarse de ella cuando estaba internada en la clínica.
La
fragilidad del vínculo
Ese vínculo fuerte entre hermanos puede también
romperse frente a ciertas responsabilidades o sucesos familiares. Por ejemplo
Graciela Blanco de 63 años manifiesta que la indiferencia de su hermano mayor
Carlos, con respecto a la salud de su mamá, terminó con la relación entre
ellos.
“Cuando decidí traer a mi mamá a vivir conmigo,
porque mi hermano vendió el departamento donde ella vivía, nos dejamos de
tratar –recuerda Graciela- y, desde entonces, él nunca asumió como su
responsabilidad asistir a nuestra madre, tanto afectiva como económicamente.
Hoy, a sus casi 96 años, ni él ni sus hijas la visitan”, juzga Graciela.
En este caso particular o en otros casos como
en los conflictos entre hermanos, que surgen luego del fallecimiento de los
padres, frente a las herencias, el licenciado Muñoz explica que el valor de la
lealtad juega un papel muy importante, es un sentimiento muy fuerte de unión
entre los miembros de un grupo por adherencia a los valores familiares que los
padres les han transmitido.
“Ese sentimiento es muy poderoso –amplía Muñoz-
y hay situaciones como la de Graciela en la que uno de los hijos siente que
otro hermano esta siendo desleal a los mandatos de la familia y eso genera
rupturas. Como además de fraterno ese vínculo es de rivalidad y de lucha por el
amor de los padres, el más leal a los valores parentales sentirá que tiene más
aceptación o es más querido por ellos, aunque los hijos sean adultos mayores”.
Como ocurre en conflictos de herencias, luego
del fallecimiento de los progenitores, uno de los hijos será el portavoz de los
deseos de los padres antes de morir y los defenderá a ultranza frente a los
hermanos que querrán otra cosa. “Entonces esa ambivalencia de fraternidad y
competencia se mantiene toda la vida”, explica Muñoz.
Es
necesario recordar que, si bien los hermanos vienen del mismo vientre, los
padres deben valorar y reconocer sus diferencias, comprender a sus hijos como
personas individuales para que ellos se sientan valorados como seres únicos e
irrepetibles; personas con identidad propia que no necesitan copiar al otro
para ser aceptados.
¿QUÉ HACER PARA
FAVORECER LAS RELACIONES FRATERNAS ENTRE HERMANOS?
• Fomentar los momentos de juego en común y experiencias de
solidaridad mutua, en la infancia y que aprendan a pedirse ayuda en situaciones
de la vida diaria.
• Favorecer la expresión de las emociones entre los hermanos.
• Educar en la empatía y ayudarlos a que puedan ponerse en el
lugar del otro para intentar comprender sus emociones, estados de ánimo y
formas de pensar.
• Intervenir en algunas peleas para ayudarlos a dialogar.
Mostrarles la riqueza de la conversación, como forma de llegar a acuerdos respetando
las diferencias.
• Evitar responsabilizar siempre al mismo hijo como causante de
los conflictos.
• Reconocer explícitamente las distintas fortalezas de todos los
hermanos y evitar las comparaciones.
• Relatar experiencias personales con los propios hermanos en
los que se transmita la fraternidad como un valor y como una red de sostén.
• Conversar con el hijo mayor, en caso que intuyamos haberlo
involucrado en las tareas de educación de sus hermanos menores para constatar
si fue esto un peso para él.
Lic. Matías Muñoz Psicólogo clínico Profesor universitario (UCA)
¿Cómo equilibrar los celos de los hijos?
·
Brindar
la seguridad del amor para cada niño.
·
Ofrecer
momentos de atención exclusiva para cada niño.
·
Evitar
comparaciones.
·
Destacar
lo bueno de cada uno.
·
Festejar
los logros de cada uno.
La
llegada de un nuevo hermanito
·
Transmitir
la noticia como una buena nueva.
·
Contar
lo que vendrá en lo inmediato.
·
Relatar
cómo fue su propia llegada: cómo lo esperaron, cómo fue su nacimiento y
compartir fotos que recuerden cada uno de esos momentos.
·
Recalcar
que nada del amor de sus padres cambiará hacia él.
Nota publicada originalmente en Revista Convivimos - Por Natalia Yanina Vázquez
El respeto y la autoridad de los padres
Por Natalia Yanina Vázquez
Cómo consensuar la convivencia entre padres e hijos. La
crianza y la educación que se brinda y se aprende con los niños. Los límites y
la autoridad que contempla el rol de padres. El respeto no implica obediencia
ni temor. La importancia del diálogo.
¿Qué pasa con la autoridad en casa?
¿Por qué los padres sienten culpa cuando retan a sus hijos? ¿Por qué es
importante acordar y aplicar límites? Los chicos de hoy desobedecen a sus
padres, lloran, hacen berrinches y caprichos. Cada vez es más difícil
contenerlos ¿Cómo lograr que los hijos “hagan caso” y demuestren actitudes
positivas, colaborativas y saludables para hacer más fácil la convivencia?
Franco
de 12 años y Nicolás de 8, van de lunes a viernes a doble escolaridad porque su
papá, Javier Massimino, y su esposa trabajan ambos todo el día fuera de sucasa.
Ni bien llegan del colegio,los chicos meriendan, hacen la tarea con ayuda, si
la necesitan. Luego juegan, se bañan, se reúnen a comer todos juntos y después,
con gran insistencia, les ordenan acostarse temprano. Javier considera que sus
hijos son “bastante dóciles”, aunque confiesa que, en la convivencia, no les
resulta fácil exigirles que sean ordenados “por ser varones”.
Los chicos no son los de antes
La
sociedad cambia continuamente y las familias no son una excepción debido, en
parte, al deslumbrante avance tecnológico, la expansión de los medios de
comunicación y la sobre exposición de información que tienen los hijos y,
también los padres.En este sentido el licenciado Alexander Covalschi, Director
de la Asociación Psicología Abierta (www.psicologiaabierta.com)
reflexiona que los padres y los niños de antes tenían cierto pensamiento
transmitido mayormente por la cultura y la tradición familiar, además no corría
demasiada información para contrastar o cuestionar los saberes cotidianos.
Entonces,
dada esta multiplicidad de recursos de información,“es importante que los
padres se permitan un espacio de reflexión acerca de quécrianza prefieren
adoptar para su familia y, desde ese lugar, actuar efectivamente”, explica
Covalschi y entiende que si no existe tal acuerdo, los retos, los castigos y
las directivas a los niños suelen surgir de manera impulsiva y desde una
emoción negativa como la bronca, la impotencia o el desgano.
Javier,
el papá de Franco y Nicolás, recuerda que sus padres eran bastante estrictos
con él y con sus hermanos. Con el paso del tiempo se moderó la relación y
confiesa que logró, de adulto, acercarse a ellos sin reproches y “hacerse amigo
especialmente de su papá”. En su casa considera que él es quien “pone los
límites” porque su esposa es más “condescendiente” y “sobreprotectora”.
Los límites educan
Si
bien en la actualidad se hace hincapié en respetar y escuchar las ideas de los
niños, todos los especialistas en psicología y educación coinciden en que esa
participación y cooperación no debe confundirse con la necesidad de aplicar
límites. Esos retos o regaños darán
resultados positivos en la crianza de los hijos mientras no se apliquen de modo
“autocrático” es decir que los niños
solo aprendan a obedecer -o a rebelarse- y no haya lugar para sus deseos y
reclamos.
Según
Covalschi, la aplicación de límites es la manera en que los hijos interiorizan ciertas
reglas que después se reflejarán en una vida responsable y adaptada a la
sociedad, pero esos límites deben ser claros y empezar en el hogar. Si estos
retos o advertencias generan culpa o malestar en los padres cabe preguntarse
desde qué lugar están surgiendo, si provienen de cierta reflexión y contemplan
la intención de corregir alguna actitud que afecta al niño o, por el contrario,
no están amparados en ninguna clase de fundamento.
“Los
límites claros, reproches y regaños racionales forman parte de la educación de los
padres hacia los hijos. Puede mencionarse el cariño, la empatía y los espacios
compartidos entre padres y sus chicos como un ámbito de contención que mejora
la condición emocional de los niños y ayuda a su maduración progresiva y natural”,
reflexiona Covalschi y admite que la falta de tiempo y la necesidad de trabajar
lo máximo posible para suplir las condiciones materiales de la vida cotidiana
hacen difícil sostener espacios de encuentros y de conexión entre padres e
hijos. Sin embargo, es necesario resaltar que la búsqueda y la defensa de estos
ámbitos enriquecen notablemente la relación y la salud mental de los niños.
Sustituir
la televisión durante la cena o el almuerzo por una charla familiar, un paseo
por la plaza, una salida al aire libre donde realizar actividades recreativas,
culturales o algún deporte; o programar un fin de semana en un lugar donde
compartir y vivir en familia, son ejemplos de pequeños hábitos saludables que
enriquecen plenamente la relación entre padres e hijos y generan niños más
sanos y libres.
En
la adolescencia a veces la oportunidad es única; es importante realizar una autocrítica
de cuántas veces se posterga una charla o no se le da el lugar que merece por
“falta de tiempo”. Hay preguntas y situaciones que los hijos plantearan y que lo harán por única vez.
El respeto a los padres
La
licenciada en psicología María
Casariego de Gainza miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA)
autora de “Adopción: La caída del prejuicio” entre otras publicaciones (licmariacasariego.blogspot.com)
resalta que la autoridad no se obtiene por ser
solamente los padres e imponerse desde la agresión porque la verdadera
autoridad es consecuencia de un vínculo respetuoso.
“El
respeto es una consecuencia de la coherencia, de la dedicación y del amor; esa
es la mejor autoridad que podemos tener, la que surge de esa conjunción. Cuando
un padre grita o tiene que poner castigos para que sean eficaces sus
indicaciones es señal que algo falla. El refuerzo desde la violencia como modo de obtener autoridad es
señal de fracaso en nuestra función, habla de nuestra propia impotencia”,
indica la licenciada Casariego.
Por
lo tanto la profesional aconseja que es fundamental descartar el autoritarismo
como modo de educación, porque el miedo no es un buen camino e inevitablemente llevará
a la rebeldía desde distintas conductas del niño, que se acentuarán y agravarán
cuando llegue a la adolescencia. “Criemos y eduquemos desde el amor no desde el
terror. El miedo genera resentimiento y distancia emocional”, destaca la
psicóloga.
Abrir el diálogo
Javier cuenta que muchas veces lo invade
la culpa luego de retar a sus hijos: “No puedo estar mucho tiempo enojado con
ellos. Entonces, voy a su habitación, entablo una conversación y arreglamos los
tantos. Así, les pido que ese mal comportamiento no lo vuelvan a hacer, nos
abrazamos, nos pedimos disculpas y listo”.
Según la licenciada Casariego es necesario conversar
con los hijos, acercarse, averiguar cómo
está su vida, sus relaciones sociales y sobre todo acompañarlos emocionalmente.
Los hijos deben sentir que el mejor refugio son los padres, es la única manera
que recurrana sus papás para consultarles sobre aquellos temas que son
fundamentales que los hablen con los adultos (por ejemplo
su sexualidad)
“Busquemos
espacios de conversación y escuchar desde sus estilos, no impongamos los temas
y ejerzamos una labor de tolerancia
frente a lo que no estamos de acuerdo. Las épocas han cambiado y se hace
imprescindible abrir nuestras cabezas. Desde la crítica o la censura de ciertos
temas lo único que lograremos es un ‘final de dialogo´ y que otras figuras
reemplacen nuestro lugar”, advierte la psicóloga Casariego.
Asumamos que es posible
mantener una autoridad sana, responsable y ofrezcámosles a nuestros hijos una
dulce maternidad y paternidad fundada en previas reflexiones sin dejar de
respetar, a su vez, la individualidad humana de nuestros hijos.
ASUMIR EL ROL DE PADRES
Javier explica que él y su esposa remarcan
a sus hijos que ellos son sus padres y no sus amigos pero observa que muchos
chicos llaman a sus padres por el nombre en vez de decirles papá o mamá:
“Nosotros eso no lo permitimos. Para mi hijo soy papi, pa o papá”, determina
Javier.
En
este sentido la licenciada Casariego advierte que actualmente los padres tienen
dificultad en identificarse en su rol adulto y función paterna. La “revalorización
de la juventud” genera “confusiones” generacionales.
Entonces, la asimetría es imprescindible. Para un adolescente es muy confuso que
sus padres no tengan clara su función y su edad.
“Hay
una ‘adolentización´ de la vida que borra diferencias en la relación padres-
hijos, esto no ayuda a la ubicación del adolescente en el mundo. Este
borramiento de la diferencia etaria impide los límites”, advierte la psicóloga.
Javier cuenta que su hijo menor solía llorar cuando
recibía un “no” como respuesta. El psicólogo Covalschi explica que tanto
una rabieta como una lastimadura en un niño, se curan con amor. Una madre o un
padre, que contiene a su hijo en un momento de dolor, o en un arranque de
enojo, evitará escenas de tragedia o de incontinencia emocional. “En general,
el berrinche de un niño es un profundo llamado de atención, una necesidad de
ser tenido en cuenta. ‘Toda demanda es demanda de amor´. En estas situaciones,
los niños suelen ‘enseñar´ también a los padres a asumir el rol de cuidadores”,
enfatiza el licenciado.
14 may 2013
"Esa comida no me gusta"
Una comida o varias
comidas. Cómo enfrentar el problema de “esa comida no me gusta” de los chicos.
Qué hacer y cómo lograr que los hijos coman.
Durante
la infancia, los niños pueden negarse a comer por muchas razones: aversión a la
apariencia, sabor o forma; poco apetito; o simplemente por distracción ya que
su atención se centra en actividades más atractivas como el juego. Si bien,
estos rechazos, generalmente, no llegan a ser problemáticos, algunas actitudes
pueden ocasionar trastornos de la conducta alimentaria en la pubertad o
adolescencia.
“No tengo hambre”; “no quiero
comer”, “esa comida no me gusta” son frases que habitualmente Santiago de 4
años les dice a sus papás a la hora de sentarse a comer. “Lo único que elige
son las pastas –cuenta Laura, su mamá,- entonces la pediatra nos aconsejó que
le variemos los platos con diferentes rellenos y salsas”.
En este sentido María Laura García, nutricionista
de adultos y niños en Policonsultorios Quilmes, explica que si los hijos
presentan dificultades para comer, es muy delgado y tiene poco apetito, es
importante ofrecerles comidas con mayor densidad energética es decir, calorías
y proteínas, para ayudarlos a prevenir la pérdida de peso.
“De
manera que se puede incorporar una cantidad extra de aceite, crema de leche,
manteca ó margarina, a preparaciones calientes como purés, sopas, pastas,
arroz, papas, polenta, batatas, guisos”, enumera la nutricionista. También,
agregar quesos tipo crema, mantecoso ó fresco, en preparaciones como soufflé,
budines, omellettes, rellenos de pastas, canelones, lasañas, ravioles, tartas,
empanadas o pizzas.
El vínculo madre-niño en la
alimentación
María
Paula Gerardi, psicóloga de niños y adolescentes, explica que la alimentación
es una forma de comunicación entre la madre y el bebé, dar el pecho o la mamadera en un ambiente cálido, de conexión y
de ternura va dejando huellas psíquicas en el niño y va construyendo su
subjetividad. “Es saludable que desde esos primeros momentos que son los
inicios del niño con la alimentación muy ligados al contacto con el cuerpo
materno, con las miradas, las caricias y las palabras sean experiencias
placenteras para ambos”, aconseja Gerardi titular también del sitio www.orientacionapadres.com
Asimismo,
explica la profesional que el pasaje de líquido a sólido es un período muy
importante en lo que respecta a la alimentación. El bebé comienza a explorar.
Entonces, hay que permitir que el niño juegue con los alimentos, que los toque,
que se ensucie, que los pase por su carita, que juguetee con la cuchara y que
tome el vaso. Estas experiencias en un contexto de juego, exploración y afecto
marcan el futuro vínculo del niño con la alimentación.
No forzar a los chicos a comer
Los
niños pequeños suelen distraerse mucho a la hora de comer: no se quedan quietos
o se paran en su silla, se levantan para
buscar algún juego y luego vuelven a sentarse y así la hora de la comida se
convierte en un enorme desafío entre padres e hijos. Muchos papás han usado y
aún pronuncian frases tales como: “Si no comes no tenés postre” o “hasta que no
comas toda la comida no te levantas de la mesa”.
En
este sentido, la titular del sitio Orientación para Padres propone no forzar a los chicos a comer, sino ir familiarizándolos
de a poco con los nuevos alimentos, cortar la comida en pequeños trozos o crear
distintas formas con sus ingredientes en el plato. “Hay que tratar de evitar
las discusiones relacionadas con la comida y no hay que castigar a los chicos
por que no comen, ni hay que sobornarlos”, concluye Gerardi.
Gisela
López cuenta que su nena de 3 años suele tirar la comida al piso, cuando no le
gusta o escupirla en el plato, luego de masticarla. “Desde bebé tuve que tener
mucha paciencia cuando empecé con sus papillas. Me rechazaba la cuchara así que
su pediatra me aconsejó no usar una de metal, sino de plástico, solía llorar y
voltear su cara cuando le daba de comer”, recuerda Gisela.
La licenciada Gerardi advierte que
a los dos y tres años los chicos quieren hacer las cosas solitos, se van
separando del adulto y comienzan a explorar su independencia. Por lo tanto, es
necesario darles la oportunidad de comer solos aunque tarden y también,
dejarlos “probar” aunque se ensucien y tiren la comida al piso. El rechazo a la
comida a esta edad, en ocasiones, puede ser un intento de reforzar su
independencia.
Desde
el año de vida, los bebés pueden participar de la mesa con los adultos y es
aconsejable que sea un momento compartido, un momento tranquilo, de reunión, de
afecto y comunicación sin discusiones y sin televisión.
Según
un estudio de Unicef sobre “Nutrición, desarrollo y alfabetización”, los niños
no deben ser forzados a comer. El rol del adulto es proveerles alimentos con
frecuencia y en variedad. Los niños son resistentes a los cambios del mismo
modo que lo son los adultos. Por eso, cuando se les ofrece un alimento nuevo,
se les debe dar la oportunidad de probarlo, rechazarlo, desmenuzarlo, jugar con
él. Este aprendizaje es parte del desarrollo global.
El sabor, el olor y las
texturas
Como
dice el refrán “sobre gustos no hay nada escrito”. Así, Carolyn Korsmeyer en su
libro “El sentido del gusto” relata que los filósofos han interpretado las
preferencias gustativas como particulares, personales y resistentes a toda
estandarización y explica que los gustos expresan un significado y por ello
poseen una dimensión cognitiva (de conocimiento) por lo tanto comer es una
actividad con un profundo significado social.
El sabor: Cuando los pequeños comienzan a incursionar en el mundo de los
alimentos sólidos, ellos tienden a preferir los sabores suaves y dulzones a los
más ácidos o amargos. Según “La guía práctica de nutrición infantil” de
Carolina Camacho Mackenzie, nutricionista y gourmet colombiana, el gusto por el
dulce en los niños es natural, se desarrolla desde que el niño está en el útero
de la madre porque el líquido amniótico que lo rodea es dulce y lo ingiere
desde el quinto mes de gestación. Por lo tanto, es un sabor que no le resulta
desconocido al nacer. Además, la leche materna como las de fórmula tiene un
sabor dulzón.
Entonces,
es altamente probable que los niños acepten de manera más natural alimentos
dulces como zanahorias, calabaza y batatas que aquellos como el repollo, el brócoli
o la coliflor. Por lo tanto, es aconsejable
combinar sabores más dulces con otros más fuertes e ir reduciendo gradualmente
la proporción de los sabores suaves respecto de los más intensos.
El olor: La lengua es capaz de detectar
sólo cuatro sabores básicos: dulce, ácido, salado y amargo, y lo que
denominamos sabor de las comidas en realidad está determinado por su olor. Cualquier
barrera que afecte la capacidad olfativa, como un resfrío, también afectará el
sentido del gusto; por eso los niños pequeños resfriados pueden rechazar todo
tipo de alimentos. Además, tampoco les gustan los alimentos con olor muy
fuerte, como el ajo o las cebollas.
Teresa
Becerra, psicoanalista mexicana y autora de “La Alimentación en la Primera Infancia ” explica en su
libro que hay bebés que rechazan muchas comidas por su olor, entonces
recomienda realizar una “aproximación gradual”. Esto es que el bebé tolere estar cerca de
ciertos olores, sin intentar que los pruebe, para que se familiarice con ellos.
También, se puede poner el alimento de sabor nuevo en sus dedos o en un juguete
para que al manipularlo el niño vaya exponiéndose a ese sabor u olor y gradualmente se acostumbre a él y
empiece a gustarle
La
textura: “Es importante que la
textura de la comida vaya variando de mas suave a menos suave, conforme a la
edad del niño”, explica la nutricionista y escritora colombiana. A los niños suelen
no gustarles ciertas texturas como la carne fibrosa y difícil de masticar, las
comidas resbaladizas o grasosas y los vegetales gomosos o con filamentos.
También, de muy pequeños, ellos pueden rechazar todo lo que no esté reducido a
puré o pisado si todavía no desarrollan la habilidad de deshacer los grumos, en
cuyo caso habrá que darles alimentos cremosos y suaves como yogur y sopas.
“A veces -amplía Becerra- un método negativo o
de castigos puede a corto plazo modificar una conducta, pero no necesariamente
es un éxito terapéutico. Es más recomendable invertir el esfuerzo en lograr que
el niño y sus padres consigan tener una relación de cooperación mutua y busquen
soluciones juntos. Aunque esto tome más tiempo, el resultado a la larga será más satisfactorio”.
La hora de la comida es un momento
apropiado para la socialización, el diálogo y la relación afectiva con el niño.
Por tanto es importante crear una atmósfera agradable, de charla e intercambio.
Cuando se produce tensión y disgusto, podemos llegar a crear un niño
inapetente, sólo por cierta actitud negativa de gritos, ademanes bruscos o
imposiciones.
• Hacer de la hora de la comida un
momento de diversión
Haz que intervenga en el
“ritual” de la comida. Llevar a los chicos de compras a la verdulería,
carnicería o supermercado y enseñarles las verduras y frutas por colores y por
nombres.
Una vez en casa, invitarlo a que
ayude a guardar lo comprado y ordenarlo. A partir de los 2 y 3 años pueden
ayudar a elegir el mantel, a poner las servilletas y su vaso o cubierto. A
partir de los 4 años el niño puede ayudar o hacer él mismo una receta sencilla,
bajo la supervisión de un adulto y esto, sin duda, lo estimulará a probar y comer.
En lo que respecta al menú, proponerle
a los hijos que elijan entre algunos platos, pero no hacer de la cocina diaria
un restaurante a la carta.
• No lo presiones
Las expresiones como: “¡Come
toda la comida del plato!” harán que el niño se niegue a comer. Si el pequeño
no se siente presionado, empezará a comer sin ninguna preocupación. No hay que
enfrentarse a un hijo que no quiere comer, porque él buscará agotar la
paciencia de quién lo rete. Tratá de decirle pacientemente: “De acuerdo, no
comes en la mesa, pero si tenés hambre dos horas más tarde, vas a tener que
esperar a la cena”.
• Haz atractivos los platos
Darle formas a las verduras o crear con ellas algún
dibujo. Cortar la fruta en pequeños trozos y ensártala en un palito a modo de
brochets. Ese momento de diversión le gustará y le hará olvidar que bajo esas “creaciones”
colores y formas se encuentra el puré de zanahoria que tanto le desanima.
Fuente: Guía infantil de Nota Publicada originalmente en revista Convivimos - Autora: Natalia Yanina Vázquez
13 mar 2013
COMO SER FELIZ - Por Natalia Yanina Vázquez
La creencia general es que la felicidad se consigue al obtener algo que falta: un hombre, una mujer, un auto o una casa. Pero según los estudios de la psicología positiva la felicidad se construye al conjugar las emociones, los vínculos sociales, los logros y el amor en todas sus manifestaciones.
“Consciente de que la búsqueda de la felicidad es un objetivo humano fundamental” y “reconociendo la pertinencia de la felicidad y del bienestar como objetivos y aspiraciones universales en la vida de los seres humanos de todo el mundo”, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó, este año, al 20 de marzo como el Día Internacional de la Felicidad.
Pero ¿Se puede ser feliz y construir la felicidad? Si las necesidades básicas están cubiertas –según Aristóteles- se puede afirmar que la felicidad no tiene que ver ni con el dinero, ni con el éxito. La felicidad se construye en función de vivir poniendo en juego las diferentes áreas que el psicólogo norteamericano Martin Seligman denominó PERMA”.
Viviana Kelmanowicz psicóloga y psicopedagoga, profesora titular de “Intervenciones en Psicología Positiva” de la Universidad de Palermo explica que el PERMA (acrónimo en inglés) resume: P: Emociones positivas. E: (Engagement) Compromiso. R: Relacioones, vínculos sociales. M: (Meaning) Tener una vida con significado y A: (Accomplishment) Realizaciones, logros.
Asimismo, la psicóloga advierte que el amor es la emoción que condensa a todas las demás emociones positivas (gratitud, orgullo, serenidad, etc.) por lo tanto, se puede afirmar que experimentar amor en cualquiera de sus formas (romántico, fraternal, espiritual, maternal y otros) incrementa la felicidad.
Sin dudas, la maternidad y ese primer vínculo con el recién nacido es uno de los momentos que toda madre revive con mayor bienestar. Romina Hernández (37) cuenta que su primer bebé se adelantó 1 mes y por eso no pudo tenerlo con ella en la habitación del sanatorio. “Lautaro estuvo 2 semanas internado en neonatología y recuerdo que recién a los 5 días de nacer los médicos me permitieron ponerlo en mi pecho. Ese fue un momento hermoso, emocionante y de plena felicidad, que aún hoy se me estremece la piel al contarlo”, manifiesta Romina.
La felicidad es heredable y estable
Sonja Lyubomirski en su libro “La ciencia de la felicidad” (en un estudio que incluye 225.000 adultos) sostiene que el rango en que se experimenta la felicidad es en un 50 por ciento hereditario, sólo el 10 por ciento está definido por las circunstancias que se atraviesan (dinero, casamiento, soltería, trabajo, etc.) El 40 por ciento restante se debe a la actividad deliberada que cada uno realiza en busca del bienestar, en función de lo que cada persona haga. Es decir, que todos tienen un 40 por ciento de posibilidades de guiar su actividad en forma intencional para producir mejores estados de ánimo o mayor felicidad.
En este sentido, Viviana Kelmanowicz consultada por Convivimos explica que las personas poseen una capacidad notable para habituarse a cualquier cambio positivo en su vida, por eso se habla de “habituación o adaptación hedónica” a las emociones positivas. En consecuencia, según la lógica, no se puede lograr que las personas sean muy felices para siempre, porque cualquier aumento de la felicidad será temporal y a largo plazo, regresan a su nivel de bienestar original o de “referencia” (ese 50 por ciento genético) por eso se explica que cuando alguien obtiene algo que deseaba con ansias no suele provocar un estado de felicidad eterno, sino efímero.
La felicidad se construye
“Entonces, la clave de la felicidad no consiste en cambiar nuestra constitución genética -algo imposible- ni en cambiar nuestras circunstancias –por ejemplo buscar tener más dinero-, sino en nuestras ‘actividades deliberadas’ de todos los días que tienen efecto sobre nuestro nivel de felicidad” -afirma Kelmanowicz y expone- “la felicidad depende del accionar de cada persona. Es necesario que los adultos desarrollen una ‘actitud’ intencional y activa hacia la búsqueda de la felicidad y es ‘responsabilidad’ de cada persona adulta promover el diseño de contextos favorecedores de afectividad positiva, para que los niños sean proclives a desplegar, en el futuro, una búsqueda activa hacia el ‘bienestar subjetivo’ porque “la felicidad no se encuentra, se construye y se crea”, remarca la profesional.
Según los profesores en psicología estadounidenses Edward Diener, Steve Sandvik y William Pavot el “bienestar subjetivo” implica un balance del efecto positivo frente al negativo y por ende, una vivencia de felicidad. Esa sensación de bienestar es experimentar emociones positivas en un mayor porcentaje de tiempo, respecto al que sentimos emociones negativas, formando un círculo positivo de retroalimentación.
Maria del Carmen Ibañez (84) dice que, a su edad, tiene un gran número de recuerdos felices pero que, actualmente, lo que la hace sentir bien es “ver crecer a sus plantas” y no solo las que cultiva en su propio jardín –que parece un cuadro de Monet- sino a los plantines y gajos que hace para sus nietas. “A Valeria, la mayor, le planté dos hermosos jazmines celestes y unas campanitas trepadoras blancas que hoy están inmensas y embellecen su parque. Esa es mi manera de brindar amor y me da mucha felicidad ver como han crecido y las han cuidado. Es una manera de estar con ella y permanecer”, expresa con ternura María.
Paraíso e Infierno
Viviana Kelmanowicz como miembro titular también de la Asociación Internacional de Psicología Positiva explica que sentimos lo positivo, tanto como lo negativo. “Paraíso e infierno”. Los estudios dicen que aquellos que más intensamente sienten lo negativo, experimentan con igual intensidad lo positivo. “La clave está entonces -confía Kelmanowicz- en aumentar la frecuencia de lo positivo, de las experiencias y vínculos efectivos y no en intentar eliminar lo negativo, básicamente porque es imposible”.
La psicología positiva tiene como foco no sólo ayudar a las personas a superar sus problemas (objetivo de las terapias tradicionales) sino, y básicamente, focalizarse en sus fortalezas, en aquello que hace sentir a las personas realizadas, en paz y armonía con los otros. Abraham Maslow y Carl Rogerts fueron los que establecieron las bases del bienestar psicológico, de la felicidad y trabajaron sobre los aspectos objetivos de las personas como el amor, la creatividad, la inteligencia emocional, el humor, la resiliencia y Martin Seligman el que aunó todos esos esfuerzos en lo que denominó “psicología positiva”.
Y así se entiende que la “inteligencia emocional” (la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos) es fundamental. No se puede evitar la tristeza, la decepción, la desilusión ni el dolor. No se pueden evitar los duelos. El estado de ánimo de cada persona va a depender momentáneamente de lo que le suceda. “Los hechos nos acontecen”.
“Lo importante es qué hacemos con lo que nos ocurre” –revela Kelmanowicz- “Cómo estos hechos pueden influirnos”. Es decir, cómo y en qué medida los acontecimientos de la vida afectan el ánimo y la calidad de vida de los individuos. Entonces, dependerá de esa fracción genética pero también de ese 40 por ciento de actividad intencional, que se puede generar en la vida y, como adultos, enseñarles a los hijos.
“A mi terminar de leer un libro me da placer” -cuenta Gisela Barros (39) y relata- Martín, un amigo entusiasta por la literatura, que cursa talleres literarios y que espero, algún día, edite y publique sus cuentos, me regaló un libro de Pablo Ramos, crudo, intenso y cuyos cuentos me llegaron a las vísceras, más que al corazón y que terminé en 3 días. Eso me puso feliz”, relata Gisela quien recuperó un hábito que había abandonado.
Saborear, Fluir y Atención Plena
Entre las premisas que propone practicar la psicología positiva como entrenamiento para lograr el bienestar y la felicidad están: El saboreo relacionado con el aprecio de la belleza, la excelencia, la capacidad de admiración y el asombro.
También el “fluir”: la posibilidad que tenemos de abstraernos de todo y entregarnos, al menos por un momento, a aquellas actividades que no tienen otro objetivo más que el placer de hacerlas. El psicólogo y sociólogo croata Mihaly Csikszentmihalyi define “fluir” como el momento en que funcionamos a pleno rendimiento y estamos concentrados en la actividad que realizamos.
Para que esto ocurra, el psicólogo cree que es necesario que haya un equilibrio entre nuestras habilidades y los desafíos a que nos enfrentamos. Por ello, el peor acoso laboral es impedir la posibilidad de fluir, ya sea a través de tareas demasiado fáciles, que nos llevan al aburrimiento, o a través de tareas demasiado complicadas, que nos provocan estrés.
Y por último esta lo denominado Mindfulness o “atención plena” esto es aprender a centrar la mente de forma consciente en la experiencia del presente, del aquí y ahora. Y hacerlo como observadores sin prejuicios, sin emitir juicios. Algo así como aprender a centrarnos en el presente sin poner etiquetas, sin pensar "esto no debería ser así", "no me debería sentir así". Simplemente recibiendo el presente lo que existe, la experiencia tal y como es.
En definitiva “saborear” las cosas placenteras de la vida, “fluir” en la práctica de aquello que nos da verdadero placer y conectarse con suma “atención” y plena conciencia con “este presente”, sin prejuicios, dándole el tiempo y el espacio que merece es una forma de emprender el camino para acercarse a la felicidad.
Entrenamiento para ser feliz
Algunos consejos que la psicóloga Viviana Kelmanowicz enumera de la Psicología Positiva para alcanzar el estado de felicidad:
Actos de amabilidad: Recordar algún momento en que uno haya actuado de manera generosa y amable y en los que se sintió satisfecho. Visualizar la respuesta del receptor de la actuación y la sensación que se experimentó. “Saborearla”.
Placer y significado: Llevar un registro, por 2 semanas, de las actividades cotidianas y tomar el tiempo que le dedica a cada actividad. Armar una tabla que indique cuánto significado y cuánto placer le provee cada actividad y la cantidad de tiempo que le dedica. Evaluar si se está satisfecho con el resultado.
Preguntarse qué le provee a la vida de significado. Qué brinda esa gratificación emocional que uno necesita para sentirte bien consigo mismo.
Desarrollar habilidades nuevas. Proponerse aprender cosas nuevas.
Cultivar las relaciones: conectarse, llamar o verse con aquellas personas con las que no uno se encuentra por falta de tiempo o por la inercia de la vida. Incrementar la intensidad de los vínculos.
Agradecer: pensar en aquellas personas a las que por su impacto en tu vida, uno desea agradecerles. Escribirle una carta contándoles por qué fueron importantes para uno, en qué ayudaron, qué le brindaron a uno, etc.
Compromiso: Comprometerse con sus objetivos.
Nota publicada originalmente en la revista Convivimos/Autora: Natalia Yanina Vázquez
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