26 jun 2012

Cuando los hijos no hacen caso

A través de los límites les enseñamos a los chicos a controlar sus impulsos, a pensar y a buscar opciones alternativas para afrontar la vida. Los profesionales aconsejan limitar sin violencia pero con firmeza. Limitar la acción pero no la emoción.

Las frases que los papás y las mamás repiten a diario son muchas: “No te tirés al piso que esta sucio”. “A mí no me gritás”. “Los juguetes no se rompen”. “Si no comés la comida, no hay postre”. “No empujes a tu hermana que es mas chiquita”. “Sentate bien”.


Los berrinches y rabietas de los niños desesperan y avergüenzan a todos los padres, especialmente en lugares públicos. En esos momentos, hay que recordar que les servimos de ejemplo al permanecer calmados, que el estrés y el enojo de los adultos aumentan el de los niños. Al manejar nuestras emociones, les estamos enseñando a manejar las propias. Emplear la ternura y reflexionar sobre la importancia de escuchar qué es lo que los hijos nos están diciendo y demandando.

Los límites son un marco de referencia, de seguridad y contención, ayudan a los chicos a organizar su vida interior y exterior, a saber qué está bien y qué está mal, qué es peligroso y que no, qué está permitido y qué prohibido.

Pequeños caprichos

La licenciada María Paula Gerardi, consultada por Convivimos, psicóloga de niños y adolescentes nos cuenta que, a los 2 y 3 años, los famosos “no” son intentos del niño de diferenciarse del adulto. “Les cuesta mucho tolerar la frustración. Hay que tolerar la rabia del nene y permitirle expresarla de forma razonable. Tenemos que contener a los chicos cuando están invadidos por el miedo, la bronca, en medio de una pataleta o con un desborde de llanto”, aconseja Gerardi titular del sitio Web www.orientacionapadres.com.

Entonces, la idea es hablarles y ayudarlos a identificar lo que sienten y expresarlo con palabras. “Si se tira al piso, nos patea, pega o muerde, se puede sostenerlo y abrazarlo con fuerza, darle tiempo para que se tranquilice y decirle que no vamos a permitir que se lastime o que nos lastime”.

Mientras tanto, la licenciada Gerardi propone pensar ¿Qué pasó antes del berrinche? ¿Qué nos está queriendo decir? ¿Qué necesita? Es decir, tratar de decodificar qué le está pasando al nene y luego poner esto en palabras. A los nenes más chiquitos hay que ayudarlos a entender lo que sienten ofreciéndoles vocablos, por ejemplo: ¿Tenés miedo? ¿Tenés sueño? ¿Estás enojado? “Es normal que los chicos nos digan “no te quiero más” o “sos mala”, es por el enojo que sienten. Hay que dejarlo pasar, no tomárselo en serio ni angustiarse por eso.

Sobornos, premios y amenazas

“Los premios deben significar un reconocimiento, y son más efectivos cuando no se anuncian ni se condicionan”, expone el psicólogo Roberto Lerner, coordinador del blog Espacio de Crianza de Educared, quien además explora los estilos de relaciones de los padres con los niños y nombra las “amenazas”, los “sobornos” y las “promesas solemnes”.

Entonces, condicionar un cambio deseado a un premio puede lograr ciertos resultados inmediatos, pero no consigue convencimiento permanente ni conductas sostenidas. Por definición, es cortoplacista y desde el punto de vista moral, cuestionable. Por otro lado, “establece una causalidad algo perversa, porque el niño puede pensar legítimamente que controla el comportamiento de su madre por el temor que ella tiene de que él se porte mal”, escribe Lerner con respecto a los sobornos.

Corina Gabotti dice que ella premia a sus hijas – Rosario (8) y Lucía (5) – si tienen un buen desempeño en el colegio: “Si dan bien un examen o si las maestras me cuentan que se destacaron en alguna tarea les hago un regalito. Si bien es la única obligación que tienen, considero que es un estímulo y un reconocimiento a su deber y obligación”, reflexiona Corina.

Adriana Álvarez confiesa que a los más grandes – Lucas (11) y Juana (8) cuando se portan mal los “amenaza” con no ir al cumpleaños de un compañerito o no ir a fútbol o patín. También confiesa que repite, al momento de las comidas, lo que le decían sus padres: “Si no comes, no hay postre”. Pero “¡La pequeña –Alma de 3 añitos-es terrible! En ciertas situaciones le doy un chirlo en la cola o un zamarreo porque no me hace caso. Nos hace frente y me cuesta mucho hacer que se porte bien”, confiesa Adriana.

Lerner explica que las amenazas encierran a los protagonistas de la relación en la camisa de fuerza de sus propias palabras, en la cual todos terminan haciendo lo que verdaderamente no desean solo porque no pueden escapar de sus propias palabras. Cuando le decimos al niño: “Si volvés a tirar la pelota a tu hermanito vas a ver lo que te pasa”. El niño sólo escucha «tirar la pelota», lo que lo invita a repetir la acción.

Limitar sin violencia

Gerardi sostiene que cada padre irá encontrando su propio estilo. Lo importante es poner límites claros, sostenerlos en el tiempo, no enviar dobles mensajes, “limitar sin violencia pero con firmeza”. Poder ayudar al niño a comprender el por qué del no, a controlar sus propios impulsos, ayudarlo a saber que sus acciones tienen consecuencias y, con el tiempo, ir tolerando la frustración.

Con respecto a los castigos, Corina G. cuenta que ellos usaban las penitencias cuando sus hijas eran pequeñas: las apartaban en otro cuarto, sin llaves, o en el baño. Pero hoy, que son más grandes, las privamos de cosas que les gustan –jueguitos electrónicos- o esperan –ir a la casa de una amiga. “No se las permito hasta que mejoren su conducta y reconozcan que se equivocaron ante algún capricho, mala contestación o desobediencia”, cuenta Corina y agrega que luego les explican qué hicieron mal.

Maria Paula Gerardi explica que entre los 3 y 6 años, los niños comienzan a probar qué pasa si hago tal cosa y qué hace el adulto frente a esto, comienzan los intentos de manipulación y hay mayor conciencia del propio poder. “No hay que dejarse manipular y hay que responder con calma. Ayudarlos a encontrar formas alternativas para resolver conflictos”, aconseja Geradi.

Frente al enojo, una alternativa podría ser separar al nene de la situación diciéndole que se aparte hasta estar más sereno, dándole la posibilidad de decidir cuándo volver. Por ejemplo: “Así no podes seguir jugando porque rompés tus juguetes y yo no voy a permitir que hagas eso, vas a sentarte un rato ahí y cuando estés mas tranquilo volvés a jugar”.

Permitir la emoción

Asimismo, Gerardi destaca que es importante limitar la acción sin bloquear la emoción y buscar una forma alternativa y aceptable para que exprese lo que siente” y ejemplifica: “Si tiene mucha bronca, se lo puede alentar a decir qué le molesta y cómo se siente ¿Estás enojado porque querías sentarte donde está tu hermano? Entonces, en lugar de empujarlo, decile lo que te pasa y buscá otra forma de resolverlo ¿Por qué no le preguntás si quiere cambiarte el lugar o estar ahí un rato cada uno? Si el hermano no acepta, ayudarlo a tolerar la frustración y permitirle que exprese su enojo, relata Gerardi.

En este sentido, es importante acentuar lo positivo. Los niños son más receptivos al "hacer". Algunas represiones directas como el "no" o "pará" no explican qué comportamiento es el apropiado. En general, es mejor decir a un niño lo que debe hacer ("Hablá bajo") antes de lo que no debe hacer ("No grites")

Grandes caprichos

Entre los 6 y 12 años los hijos e hijas comienzan a tener sus propios valores y a disentir con los demás, aprenden a negociar. Entonces, es momento de escuchar sus opiniones dándoles lugar a que discrepen con nosotros. Se puede negociar la forma en que se llevará a cabo el límite, pero no si la norma será aplicada o no. Por ejemplo: Si la norma es que hay que ponerse un abrigo para salir a la plaza, eso no se negocia, se podrá negociar qué abrigo quiere ponerse, si el verde o el azul, pero tiene que ponerse uno.

En la pubertad, los chicos y chicas suelen chocar con los padres y criticarlos. Esta es su forma de diferenciarse. Es aconsejable darles lugar sin permitir que falten el respeto a sus padres; permitirles tomar responsabilidades; establecer normas claras sobre qué pueden hacer y qué no y que sepan cuáles son las consecuencias de su accionar.

La conducta y la actitud de los padres serán el modelo y la forma en la cual comprenderán qué esperamos de ellos. Y desearán responder a esa expectativa por el amor que nos tienen. Sin golpes ni castigos físicos o psíquicos. No se aprende por humillación; de ese modo sólo se los somete y se los lastima.

Así, los hijos e hijas aprenderán a socializarse, a crecer como personas autónomas, libres, con normas y reglas incorporadas para poder compartir y convivir en sociedad. No se trata de “adiestrarlos” ni de “dominarlos”, sino de un verdadero aprendizaje que los ayude a ser felices y libres.

Sugerencias para poner límites





Que los padres puedan:

• Estar convencidos del límite.

• Dar normas claras y sostenidas en el tiempo.

• No enviar dobles mensajes.

• Acordar con la pareja qué van a limitar y qué no.

• Apartarse cuando ya no toleran la situación, para evitar el desborde.

• Limitar sin gritos ni violencia y con firmeza.

• Anticiparles cuándo algo va a finalizar para evitar berrinches.

• Explicarle cuál es su lugar y cuál el de los otros, cuáles son sus cosas y cuáles las de los otros, qué cosas son de chicos y qué cosas son de grandes

• Explicarle que hay cosas que pueden hacer y otras que todavía no, que van a poder cuando sean más grandes.



Lograr que los chicos:

• Reparen el daño que hicieron.

• Se hagan responsables de lo que realizaron.

• Reconozcan que sus acciones afectan a los otros.

• Expresen lo que sienten y lo que piensan.

• Internalicen las normas.



Fuente: Lic. en Psicología UBA M. Paula Gerardi.. MN 37508. Psicóloga de niños y adolescentes. Orientación a padres.










Actitudes de los padres



Hay padres que presentan dificultades para poner límites a sus hijos y esto se relaciona con su propia historia personal y familiar. Muchos temen no ser queridos al decir que no, otros temen a su propia violencia, a “sacarse” y agredir a sus hijos.

Los padres que tuvieron una educación muy estricta no quieren serlo con sus hijos y repetir su historia. A veces sienten culpa por ver poco a sus hijos y esto los lleva a consentirlos. Siempre hay que tener en cuenta, caso por caso, la singularidad de cada familia y la historia personal de los padres.

Los chicos tienen que saber qué cosas pueden hacer, qué cosas no y por qué; experimentar los efectos de su comportamiento e internalizar las normas. Los padres deben enseñarles a reparar el daño que hicieron, a hacerse responsables de sus actos y a reconocer que sus acciones afectan a los otros.

Es importante limitar la acción sin bloquear la emoción. Buscar una forma alternativa para que expresen lo que sienten. Los padres deben conocer su nivel de tolerancia y apartarse cuando sea necesario, dejando la situación en manos de otro adulto que esté más sereno.

“La idea no es ser rígido: "Sí o sí terminas los deberes hoy", y el nene se está cayendo de sueño. Hay que ser firme pero flexible, “tomando en cuenta las necesidades del niño”, la edad y la situación concreta de la que se trate. Es necesario reflexionar y ver qué cosas se pueden negociar. Es decir, discutir la forma en que se llevará a cabo, pero no la norma en sí misma.

 
Publicado en Revista Convivmos - Autora: Natalia Yanina Vázquez

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